Las Mujeres de la Biblia
Colección Cristiana
Nelfa Chevalier/Amazon.com
«La historia de Susana tomada textualmente de las Santas Escrituras»
«Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.
Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios;
sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico, y el más prestigioso de todos.
Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor:
«La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo».
Venían estos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos.
Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido.
Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla».
(Daniel 1-8)
«Los dos ancianos perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios.
Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían mutuamente su tormento,
por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella,
y trataban afanosamente de verla todos los días.
Un día, después de decirse el uno al otro:
«Vamos a casa, que es hora de comer»,
salieron y se fueron cada uno por su lado.
Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran sorprender a Susana a solas. Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín.
No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho».
(Daniel 9-16)
Sin sospechar que esos ancianos estaban allí escondidos, dijo Susana a las doncellas:
«Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme».
Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que los ancianos estaban escondidos.
En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.
Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas».
(Daniel 17-22)
«Susana gimió y dijo:
“¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor”.
Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella,
y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría,
y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir».
(Daniel 23-28)
«Y dijeron los ancianos en presencia del pueblo:
“Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín”. Mandaron a buscarla,
y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes.
Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.
Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le quitase el velo para saciarse de su belleza.
Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza.
Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios.
Los ancianos dijeron: “Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas.
Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella”».
(Daniel 29-37)
«Levantando falso testimonio contra Susana dijeron los ancianos:
“Nosotros, estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
40.Pero a esta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos”.
La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.
Entonces Susana gritó fuertemente:
“Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,
tú sabes que estos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí”.
El Señor escuchó su voz».
(Daniel 38-44)
«Cuando Susana era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar:
“¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!”.
Todo el pueblo se volvió hacia él y le dijeron: “¿Qué significa eso que has dicho?”.
Él, de pie en medio de ellos, respondió:
“¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?
“¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que estos han levantado contra ella!”.
Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel:
“Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad”.
Daniel les dijo entonces:
“Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré”.
Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo:
“Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada”».
(Daniel 45-52)
«Continuó Daniel diciendo:
“Dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: “No matarás al inocente y al justo”.
“Conque, si la viste, dinos ¿bajo qué árbol los viste juntos?”.
Este anciano respondió:
“Bajo una acacia”.
“En verdad, dijo Daniel, contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio”.
Retirado este, mandó traer al otro y le dijo:
“¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón!
Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.
Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?
El anciano respondió: “Bajo una encina”».
(Daniel 53-58)
«Dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros».
Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en Él.
Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio
y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo:
les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.
Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en ella.
Y desde aquel día en adelante Daniel fue grande a los ojos del pueblo”.
(Daniel 59-64)